Sharp Objects: las mujeres también pueden ser malvadas

Por ANDRÉS TAPIA

En los tiempos del movimiento Me Too, una historia en la que la violencia hacia las mujeres es ejercida mayormente por las mujeres parece absolutamente improbable. Y, sin embargo, no lo es.

Esto no quiere decir que en Sharp Objects la violencia masculina esté ausente, porque no lo está, pero al final termina eclipsada, aplastada, pulverizada, por la llevada a cabo por las protagonistas de la serie de televisión creada por Marti Noxon, dirigida por Jean-Marc Vallée y adaptada de la novela homónima de Gillian Flynn.

Camille Preaker (Amy Adams), una reportera de nota roja que vive en la ciudad de Saint Louis, Missouri, es enviada por su editor a Wind Gap, el pueblo en el que nació, a investigar el asesinato de dos chicas adolescentes. Preaker es alcohólica, antisocial y padece el trastorno denominado límite, o border que, entre otras cosas, la hace infligirse lesiones en el cuerpo con objetos afilados, padecimiento que en algún momento de su vida la condujo a un hospital psiquiátrico.

Preaker se niega a volver a Wind Gap, el sitio en el que viven su madre, Adora Crellin (Patricia Clarkson); su padrastro, Alan Crellin (Henry Czerny), y su media hermana, Amma Crellin (Eliza Scanlen), pero, al final, carece de opciones en tanto desea convertirse en una periodista respetada y necesita un trabajo para pagar las cuentas.

Al igual que una golondrina dos asesinatos no hacen verano, pero Frank Curry (Miguel Sandoval), el editor de Camille en el St. Louis Chronicle, lo que está buscando es una historia de la América blanca, racista e hipócrita en la que las llamadas buenas conciencias son las causantes de la degradación de una sociedad.

En el quinto capítulo (“Closer”) de los ocho que tiene la serie, la ominosa presencia de banderas de la Confederación no sólo induce al vómito, sino también replantea la pregunta, con una coma de más o de menos, en torno a porqué ciertas comunidades de Estados Unidos siguen profesando admiración a Donald Trump.

Por si no bastara, Gayla (Emily Yancy), la ama de llaves de los Crellin, es una mujer negra. La última víctima de asesinato en la serie también será una mujer negra y la omnipresencia de la basura blanca en la trama de la historia llegará a un punto tal que para muchos espectadores el concepto de racismo se habrá invertido.

En lo anterior, sin embargo, se materializa uno de los aciertos de la serie: las actuaciones de Adams, Clarkson y Scanlen catalizan la indignación de los televidentes en tanto hieren y cortan con sus taras, maldad, ignorancia y prejuicios.

En Wind Gap se habla de un asesino en serie, y como tal tiene que ser hombre, y son Adora y Amma quienes más insisten en el tema, mientras que Camille, enfrentada a su pasado, en el que fue violada por los integrantes de un equipo de football, paradójicamente tiene otra idea.

El tono narrativo-visual de Sharp Objects suele ser exasperante: flashbacks continuos que poco aportan y, sin embargo, generan incertidumbre e histeria: segundo acierto de la serie. Y mientras Camille, la disfuncional, que sólo obtiene placer sexual si se lo proporciona a sí misma, empieza a hilar fino en medio de sus traumas y para ello viaja a su traumático pasado, sus antagonistas, su madre y hermana, continúan avanzando hacia el futuro.

Y avanzar al futuro implica culpar a los hombres que son culpables, a los que no son culpables, y a ejercer una violencia insólita en contra de sus congéneres. Y no sólo eso: la propia Camille, la víctima de la historia, se fustiga, lastima y violenta de una manera, de varias maneras, que son incomprensibles.

El final de Sharp Objects, oculto en las aparentes contradicciones de sus personajes femeninos, es absolutamente brutal.

Decir algo más implicaría un spoiler. Y en Asesino en Series los spoilers están prohibidos.