Por ANDRÉS TAPIA
Cuatro amigas que han llegado al periodo de la pubertad, deciden montar una agencia de niñeras en un pueblo ficticio llamado Stoneybrook que está situado en el estado de Connecticut. Se llaman Kristy (Sophie Grace), Claudia (Momona Tamada), Mary Anne (Malia Baker) y Stacey (Shay Rudolph); a ellas habrá de unírseles un poco más tarde una chica llamada Dawn (Xochitl Gomez). La iniciativa es de Kristy, cuyo padre la abandonó a ella y a sus dos hermanos, y quien a sus pocos años se muestra rebelde, independiente y feminista.
El nombre de la agencia poco tiene de marketing y sí mucho de inocencia, casi al punto de parecer un juego, The Baby-Sitters Club, pero nada más erróneo: Kristy está decidida a hacer que funcione y para ello convencerá a sus amigas de que ella debe ser la presidenta y, en consecuencia, imponer las reglas y hacer que se cumplan.
Esa es la directriz narrativa de la serie producida creada por Rachel Shukert, producida por Netflix y la cual está basada en las novelas de Ann M. Martin, las cuales dieron origen a una serie de televisión homónima que produjo HBO en el año 1990 y de la que, excepto la referencia histórica, no hay mucho más que decir. La historia, sin embargo, versa acerca de la amistad, la niñez, la brecha que existe entre ésta y la adolescencia, y el consecuente aterrizaje en un mundo en el que rigen los adultos y sus problemas.
Pero en el fondo no es tan simple como eso. Crecer siendo aún niña, enamorarse, tener la regla, adquirir una personalidad y rebelarse contra el establishment, son algunos de los desafíos a los que habrán de enfrentarse las noveles niñeras cuya juventud, por decirlo de algún modo, es un hándicap que juega en su contra.
Por supuesto, en algún momento (en realidad en varios) The Baby-Sitters Club es insoportablemente rosa, un estigma que sigue presente cuando ya han transcurrido dos décadas del Siglo XXI, pero al mismo tiempo es flagrantemente feminista. Y eso, en estos momentos, es su más grande valor: no es necesario renunciar a la femineidad para ser feminista. Y Kristy, Claudia, Mary Anne, Stacey y Dawn jamás renuncian a ello.
En ese universo femenino y feminista, los hombres son meras comparsas, apenas accesorios o maniquíes cuya incidencia en la trama es meramente incidental. Si acaso Watson Brewer (Mark Feuerstein), el prometido y más tarde esposo de Elizabeth Thomas (una irreconocible Alicia Silverstone), la madre de Kristy, juega un papel un poco más relevante en tanto es el sueño de una noche de verano de cualquier mujer: comprensivo, amoroso, paciente y paternal… ¡y ni siquiera eso lo salva de las puyas de Kristy!, que en un principio lo rechaza abiertamente, y de la propia Elizabeth, que en su carácter de madre soltera de los suburbios en ocasiones encuentra su generosidad invasiva de su independencia.
Oh, sí, The Baby-Sitters Club puede parecer un evangelio del feminismo, pero en ningún momento es uno fundamentalista y radical. Por el contrario, se nutre de la inocencia de la niñez, plantea un escenario interracial armónico desprovisto de los conflictos inherentes al mismo y riega con inspiración y esperanza una tierra árida en la que hoy malvive una sociedad polarizada como nunca en mucho tiempo.
La aparición de The Baby-Sitters Club coincide con la elección de Kamala Harris, la primera mujer y la primera afroamericana, como vicepresidenta de los Estados Unidos, algo en apariencia meramente circunstancial. Pero quizá no.
En tiempos inéditos y dramáticos las utopías comienzan a desmoronarse. Menos mal que ya está ocurriendo: ¡Las chicas al poder!