Por ANDRÉS TAPIA
Cuando se anunció el lanzamiento de Apple TV+ en el evento especial que la compañía de Cupertino, California, llevó a cabo en marzo de 2019 en el Steve Jobs Theater, un grupo de celebridades que parecía descender del Olimpo se apersonaron en el escenario para apuntalar lo que parecía una revolución: Steven Spielberg, Jennifer Aniston, Oprah Winfrey y Jason Momoa. Con tal convocatoria, Netflix, HBO y Prime Video de Amazon enviaron sus tropas a la frontera para defender sus respectivos imperios.
La compañía fundada por Steve Jobs, y hoy dirigida por Tim Cook, destinó un presupuesto de 6,000 millones de dólares para ingresar al mercado de las plataformas por streaming y, de ese modo, plantarle cara a los tres gigantes de ese sector. El 1 de noviembre de 2019 Apple TV+ se convirtió en realidad, pero seis meses más tarde Apple seguía regalando suscripciones para su nuevo producto y de su mínimo catálogo de series y películas, sólo The Morning Show destacaba por su historia y producción… y paradójicamente nadie la veía.
La irrupción del virus SARS-CoV-2, y la consecuente pandemia de la Covid-19, provocó que Apple suspendiese la filmación de todas las series que estaban en desarrollo en marzo de este año. Y de lo que habían conseguido finalizar o adquirir no había nada significativamente valioso: Servant, de M. Knight Shyamalan, es más lenta que la manera en que articula sus discursos el presidente de México; Truth Be Told es insufrible desde el primer capítulo; Defending Jacob cuenta con las actuaciones de Chris Evans y Michelle Dockery… y nada más. Y Home Before Dark tiene cierto encanto que se va diluyendo conforme se avanza en la historia (no la terminé de ver, punto).
En el punto más álgido de la pandemia, Apple TV+ llevó a cabo un movimiento osado: compró los derechos a nivel internacional de una serie que fue producida en 2019 y que le pertenecían a Netflix. El producto tenía por nombre Teherán y su trama se centraba en el conflicto Irán-Israel que lleva décadas tensionando al Medio Oriente.
Una agente del Mossad, Tamar Rabinyan (Niv Sultan), que nació en Irán pero siendo niña emigró a Israel, es elegida por su capacidad como hacker para sabotear los sistemas de defensa antiaérea del país musulmán y, de ese modo, garantizar un ataque aéreo a una planta nuclear donde se procesa el plutonio que dará a Irán la posibilidad de poseer una bomba atómica.
En una ingeniosa trama sólo digna del Mossad, un avión que parte de Israel y se dirige a la India, debe aterrizar por problemas técnicos en el aeropuerto de Teherán. Todo está planeado: Tamar, ciudadana iraní por nacimiento, deberá intercambiarse apenas tocar el suelo de Irán con una mujer que ha sido cooptada por el servicio de inteligencia israelí. Hasta ahí todo va bien. Es sólo que una pareja de hermanos judíos, apenas enterarse por el capitán del avión que aterrizarán en la capital de Irán, entran en pánico y, debido a ello, el sutil disfraz de Tamar quedará al descubierto.
Faraz Kamali (Shaun Tob), un oficial de la Guardia Iraní Revolucionaria, interrogará a los hermanos y en sus respuestas hallará algo que parece insignificante: una mujer iraní ha sido reconocida por uno de ellos como alguien con quien compartió servicio militar. Lo que sigue es delirante, en un buen sentido: los planes del Mossad se ven trastocados por la perspicacia de Kamali que rehusa viajar con su mujer a Francia, donde le harán una cirugía cerebral, con tal de contener la amenaza que se cierne sobre su país.
Teherán fue creada, y producida, por Moshe Zonder, el hombre al que le debemos Fauda, la serie que pasó inexplicablemente sin pena ni gloria por Netflix. Y es, nunca mejor dicho, un juego de ajedrez en el que a la jugada táctica y maravillosamente elaborada por Israel, sobreviene un extraordinario contrataque iraní solo digno de Bobby Fischer.
Lo mejor, sin embargo, es la paradójica representación de dos enemigos naturales que a un mismo tiempo exhiben sus taras y virtudes, y se muestran tal como son: frágiles, soberbios, absurdos e infantiles.
En el ritmo y la cadencia de series como Homeland, House of Cards y Fauda, Teherán se convierte en el producto más acabado, fino y extraordinario que ha producido Apple TV+: no pasan más de diez minutos del primer capítulo de los ocho que componen la serie y las uñas de los dedos de los espectadores empiezan a sangrar.
Ahora bien: no es un original de Apple, que hoy presentó sus nuevas computadoras, pero sí es un indicio de que la compañía de Steve Jobs ya entró en el juego.
Habrá una segunda temporada de Teherán, eso queda claro en el capítulo final. Y ojalá sea mejor que la primera.
Por lo pronto, la ignorada y extraordinaria The Morning Show ya se quedó atrás. Y es que Teherán es una joya. La primera joya verdadera de Apple TV+.