Carmel: La concepción del crimen perfecto

Por MILAGROS BELGRANO RAWSON

Cuando ocurrió el crimen de María Marta García Belsunce, el año 2002, por ese entonces yo trabajaba en la sección de “Política Internacional” de un periódico argentino. A pocos pasos estaba la mesa de “Policiales” y era usual escuchar a los reporteros de esa sección manteniendo encendidas discusiones sobre el caso que tenía en vilo a los medios y a la sociedad argentina.

Una socióloga cincuentona que trabajaba en una ONG –Missing Children, dedicada a la búsqueda de niños y adolescentes perdidos– fue encontrada muerta una tarde lluviosa de octubre. La encontró su marido, Carlos Carrascosa, semisumergida en su tina, vestida y con los tenis puestos. Tenía cinco balazos en un costado de la cabeza, pero su familia aún hoy jura no haberse dado cuenta.

Al lugar de los hechos llegaron dos servicios médicos diferentes. Uno de los médicos se retiró luego de constatar que no había nada por hacer. Jura que le indicó a la familia llamar a la policía. El otro médico se quedó ayudando a la familia e incluso limpió la sangre que bañaba la cara de María Marta. Eso no fue lo único que se lavó: a la masajista que tenía cita con María Marta y nunca llegó a verla con vida, le pidieron que lavara la sangre que bañaba el piso del baño. Como sucede con muchas de estas familias de buen pasar que se creen de la realeza, la masajista limpió, obediente, a pesar de que se le pagaba por dar masajes terapéuticos una vez por semana, no para limpiar.

La cuestión es que nadie llamó a la policía y al certificado de defunción lo pergeñó una empresa funeraria sin ni siquiera examinar el cuerpo.

María Marta no tenía hijos. Hacía 30 años que estaba casada con Carrascosa, un ex financiero de buen pasar que había hecho una fortuna considerable en la bolsa de valores de Buenos Aires. La vida de ambos transcurría ociosa y sin sobresaltos, en un exclusivo country club, como en Argentina llaman a unos exclusivos fraccionamientos con casas muy distantes unas de las otras: ese tipo de sitios en los que la clase media y alta argentina busca contacto con la naturaleza… y seguridad.

A María Marta la velaron su marido, su cuñado y su hermana, que vivían en el mismo country, en otra casa, repitiendo, repitiendose a sí mismos, que María Marta se había golpeado la cabeza contra el bajo techo de su tina de hidromasaje y, luego, con el golpe que se dio en la caída, contra las llaves del agua.

Las causas de su muerte eran inverosímiles, pero eso fue lo que se repitió a lo largo de esa noche en la que la velaron, en su propio cuarto, casi en penumbras, mientras desfilaban ante el cuerpo un sinnúmero de familiares, amigos y conocidos. La luz de un foco solo iluminaba la parte de la cabeza que no presentaba heridas, notaría luego el fiscal que sí, en un gesto inusual –por no decir inadecuado– asistió al velorio, para hacerle el favor a un conocido con un alto cargo en la justicia bonaerense. Casi como pidiendo disculpas por la intromisión, el fiscal Diego Molina Pico solo quería cumplir el encargo: ver que todo estuviera “en orden”.

Unos días más tarde, uno de los médicos declaró ante el fiscal que los orificios que María Marta presentaba en el cráneo eran profundos. Y de bala.

Molina Pico enfureció: “La familia me engañó”, dijo, alterado, al hermano de la víctima, Horacio García Belsunce, que más tarde admitiría haber tirado, junto al medio hermano de la víctima, una bala al retrete. El fiscal ordenó una autopsia y así se desencadenó el crimen sin resolver que más ha dividido a la opinión pública argentina.

Casi 18 años más tarde, Carmel, el nombre del country club en cuestión, es una miniserie de cuatro capítulos que en la pantalla de Netflix da voz a cada uno de los protagonistas de esta historia. Viejos, arrugados, gordos, descuidados, uno a uno pasan delante de las cámaras: Carrascosa, el hermano, la media hermana, el cuñado, el otro medio hermano. Hace 18 años destilaban cierta “paquetería”, como en la Argentina se le dice a la elegancia. Hoy producen algo de rechazo y mucho escepticismo. Todos parecen esconder algo y, sin embargo, nunca fue posible dar con el asesino.

Hubo dos juicios, Carrascosa fue condenado, pero luego de unos años sus abogados invocaron el beneficio que la ley argentina contempla para los convictos de edad avanzada y salió de la cárcel para cumplir arresto domiciliario. Su condena no tranquilizó. Al contrario, avivó sospechas que siempre habían estado dirigidas a sus medios hermanos, a su hermano y parte del círculo rojo de María Marta.

Según los realizadores de Carmel, en breve comienza un tercer juicio, esta vez a dos policías del country y a Nicolás Pachelo, un ratero de guante blanco que vivía en el country y que se dedicaba a robar palos de golf y perritos de bajo peso y alto pedigrí. De hecho, María Marta estaba convencida de que a su perro, por el que habían pedido rescate, lo había secuestrado este hombre que hoy cuenta con un prontuario policial frondoso.

El morbo que produce el caso es adictivo y, con material de archivo y entrevistas propias, los realizadores de Carmel hicieron un gran trabajo a tono con este género que se ha bautizado como true crime. Quedan cabos sueltos y muchas dudas.

Mientras, María Marta descansa… ¿en paz?

 

MILAGROS BELGRANO RAWSON, periodista argentina radicada en México, es autora del blog http://vidadehotel.com