La Teoría del Big Bang no es propiamente una vacuna, pero mantiene vivo y en buena forma lo que el Mundo necesita ahora más que nunca: el humor
Por ANDRÉS TAPIA
Charles Bukowski, el escritor alemán naturalizado estadounidense, dijo en una ocasión: “Algunas veces saltas de la cama una mañana y piensas ‘No voy a conseguirlo’, pero por dentro ríes al recordar todas las veces que te has sentido así”. Esa sensación es un acto que todo ser humano debe haber experimentado cuando menos una vez en su vida y no tendría nada de extraordinario. Sin embargo, la irrupción hace un año de la pandemia de la Covid-19 ha provocado que ese accidente se haya convertido en un hábito.
Y deshacerse de él, pese a que se han conseguido desarrollar varias vacunas en tiempo récord, más allá de la efectividad de las mismas, no será sencillo. Se requieren poco menos de 16,000 millones de dosis para inocular al Mundo por completo. A un ritmo de tres millones por día en un año se habrán vacunado a 1,095 millones de personas, es decir, poco más de una octava parte de la humanidad, sin considerar que se requieren dos dosis por individuo. Y excepto los países pequeños y poco poblados, pasará aún mucho tiempo antes de poder volver a eso que alguna vez se llamó normalidad.
Excepto esperar y contribuir en la medida de lo posible, no hay mucho qué hacer
A pesar de ello, o precisamente por ello, descubrí un paliativo que en lo personal me ha permitido capear el temporal. Me refiero a la serie de televisión La Teoría del Big Bang que a lo largo de 12 años y 279 episodios, permaneció al aire antes de emitir su capítulo final el 16 de mayo de 2019. No quiero decir que la vi por primera vez, sino que volví a verla justo en el momento en que más necesaria era una dosis de humor, si bien no cualquier clase de humor.
Así, una mañana, una tarde o a la mitad de la noche me descubrí riendo como un loco sin necesidad de hacer resonar mi risa con la presencia de otras personas. Y ocurrió desde el principio, justo en el momento en que Sheldon (Jim Parsons) y Leonard (Johnny Galecki) conocen a la chica que se ha mudado al departamento contiguo, Penny (Kaley Cuoco), dando pie con ello a una historia poco probable pero encantadora.
No fue mi único descubrimiento. En la misma época en que vi de nuevo los 279 capítulos de la serie, me enteré que una pareja de amigos hacían lo mismo. Y al hablar con ellos acerca de la coincidencia descubrí que su estado de ánimo cambiaba de manera significativa. “A la hora de la comida vemos dos o tres capítulos”, me dijo José Ramón, “y por la noche tres o cuatro más”.
Del mismo modo insté a una amiga a que emprendiera el viaje, ese viaje lento pero feliz de más de 93 horas que supondría ver la serie de un tirón. Se resistió, pero al fin un día me escribió para decirme que me agradecía habérsela recomendado.
No fueron los únicos casos: muchos otros amigos o conocidos volvieron a la serie o la descubrieron por primera vez, y combatieron el confinamiento con el humor elaborado en torno a la ciencia, la cultura pop, los cómics, los orígenes socio-culturales de cada personaje y sus respectivos contextos, así como el bullying al que son sometidos por estar situados en el Lado B de la historia.
Fue, de algún modo, algo así como hallar una puerta de escape a la pandemia para refugiarse en un mundo alterno en el que seis científicos y una aspirante a actriz que no tendría nada qué hacer ahí, reinventan La Teoría del Big Bang a partir de la cual el Universo se creó a partir de una gigantesca explosión que ocurrió hace 14,000 millones de años. Y decir reinventar es, por supuesto, una metáfora para aludir al movimiento eterno y la interacción de los átomos que halla su máxima expresión en la Ley de la conservación de la materia que asegura que esta no se crea ni se destruye, sólo se transforma.
Pues eso, justo eso. La llegada de Penny al edificio donde viven Sheldon y Leonard transformará las vidas de ambos y también las de sus amigos, Rajesh (Kunal Nayyar) y Howard (Simon Helberg), y dicha transformación continuará con el arribo de Bernadette (Melissa Rauch) y Amy (Mayim Bialik), sin dejar de lado los personajes recurrentes e incidentales que, extendiendo la metáfora, representan la expansión eterna del Universo.
Poco antes de darme a la tarea de escribir esto, descubrí de manera accidental un video en el que tiene lugar la mesa de lectura del guion del último capítulo de la serie: Jim Parsons pronuncia su discurso de aceptación del Premio Nobel y pide que se pongan de pie todos los personajes de la serie. Cuando concluye, Chuck Lorre, el productor, dice: “Después de eso vamos a la mesa donde todos están reunidos y de fondo se escucha el tema de la serie…” En ese momento, todos los actores comienzan a llorar y lo hacen con una emoción que algún punto no se comprende pero sí: esa familia ficticia que permaneció reunida durante 12 años tiene que separarse.
Resulta pues paradójico que un programa de televisión que fue hecho para hacer reír a la gente concluya con lágrimas, pero la vida es así.
Por fortuna, y a diferencia de ellos, nosotros podemos ver la serie todas las veces que queramos, desde el principio, a la mitad o en el final. Y siempre, en cualquier caso, terminaremos con una sonrisa en el rostro. La Teoría del Big Bang no es propiamente una vacuna, pero mantiene vivo y en buena forma lo que el Mundo necesita ahora más que nunca: el humor.