Snowpiercer es una serie de televisión que versa no sobre el miedo de los seres humanos frente a la posibilidad de su muerte, sino de su extinción. El perro que persigue su cola y no la alcanza. El optimista que ve que el Mundo se cae a pedazos y sigue pensando que todo está bien
Por ANDRÉS TAPIA
La ciencia ficción ha existido como género literario mucho más tiempo del que los estudiosos le conceden, pero establecer una cronología de su existencia en tanto en la naturaleza de la literatura conviven a un mismo tiempo la narración de la realidad, su reinvención o la imaginación de la misma, es un asunto muy complejo y probablemente irresoluble.
Isaac Asimov se refirió a la ciencia ficción como “aquella rama de la literatura que trata de la reacción del ser humano ante los cambios de la ciencia y la tecnología”. Robert Ainson Heinler, ingeniero aeronáutico estadounidense y escritor del género, escribió al mismo respecto: “Una breve definición de casi toda la ciencia ficción podría ser: especulación realista sobre posibles acontecimientos futuros, basada sólidamente en un conocimiento adecuado del mundo real, pasado y presente, y en una comprensión profunda de la naturaleza y el significado del método científico”.
En días recientes comenzó a transmitirse a través de entregas semanales –primero por TNT y un día después por Netflix–, la segunda temporada de Snowpiercer, la serie de televisión basada en la película homónima de Boong Joon-Ho y estrenada en 2013, y en la novela gráfica Le Transperceneige creada en 1982 por Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette.
Siete años después de que un experimento destinado a combatir el calentamiento climático derive en una catástrofe que provoca una nueva glaciación en la Tierra, el Snowpiercer, un tren de movimiento perpetuo que está compuesto por 1001 vagones, recorre un circuito global llevando consigo a los últimos habitantes del planeta. El tren fue creado y pertenece a Mr. Wilford (Sean Bean), un personaje eclipsado por Melanie Cavill (Jennifer Connelly), la directora de Hospitalidad del mismo y quien lo dirige como si se tratase de un crucero que navega por las aguas del Mediterráneo.
El tren está dividido en clases sociales: en los primeros carros, como en los aviones, viajan los individuos con mejor situación económica; en los últimos, aquellos a los que se considera la escoria de la sociedad; y entre ambos, lo que dentro de un sistema capitalista se conoce como clase media con todos los matices que ello implica.
Establecido lo anterior, la lucha de clases y una revolución son consecuencias lógicas. Las primeras y esta última serán lideradas por Andre Layton (Daveed Diggs), un ex detective que será capaz de advertir que más allá de las injusticias intrínsecas al capitalismo, existen motivos, razones o excusas para mantener dicho orden. Y en medio de todo eso surgirán, como en cualquier historia, las narrativas de amor, desamor, odio, sinrazón y la etcétera de emociones y actitudes afines a los seres humanos en situaciones de límite.
Llegado a este punto no puedo evitar recordar a un amigo al que recomendé la serie y la despreció y le pareció que era absurda. Bueno, sí… ¿alguien puede imaginarse a un tren dando vueltas sobre toda la Tierra en el que viajan los últimos habitantes de la misma y su comportamiento parece no haber variado un ápice desde el inicio de la humanidad?
Lo curioso es que, hace más de un año, una gran parte de los habitantes del Mundo se comportan de la misma manera en que lo hacen los pasajeros del Snowpiercer: se mantienen confinados, apartados, tratando de aplastar a la escoria que viaja en los últimos vagones o, viceversa, de someter y hacerles pagar el precio de su arrogancia a los de los primeros carros. Parece una historia conocida, ¿no es así?
Una nevada monumental cayó en el Hemisferio Norte en los últimos días. El estado de Texas, una insignia del capitalismo, la ignorancia y del cáncer que padece Estados Unidos, vio afectadas sus instalaciones eléctricas y ha enfrentado problemas severos en materia de energía. No suficiente para ser una situación apocalíptica y distópica como la que presenta Snowpiercer, pero si parecida, muy parecida, en realidad terriblemente parecida.
La nevada es un efecto del calentamiento global. Y aunque por el momento el Mundo ya se deshizo de Donald Trump, todavía quedan sátrapas como Andrés Manuel López Obrador que creen, creen, creen –porque tipos como él no piensan–, que la imagen de un santo de pacotilla detendrá el Apocalipsis.
Oh, ya me desvié, como no lo haría el Snowpiercer, el tren de movimiento perpetuo que recorre un circuito global y alberga a los últimos habitantes de la Tierra y da vueltas a la misma con el deseo de hallar un sitio en el que sea posible atracar, parar, aterrizar, para darle una nueva oportunidad al género humano.
La ciencia ficción siempre será compleja. Se refiere al futuro y a la idea de lo que harán los seres humanos frente a los cambios que plantea la tecnología y su propia inconsciencia.
Snowpiercer es una serie de televisión que versa no sobre el miedo de los seres humanos frente a la posibilidad de su muerte, sino de su extinción. El perro que persigue su cola y no la alcanza. El optimista que ve que el Mundo se cae a pedazos y sigue pensando que todo está bien.
Por lo que vimos en el último capítulo de la serie, sabemos que Melanie Cavill está viva. Luego entonces, hay esperanza.
Pero Snowpiercer es una serie de televisión.
La realidad es otra cosa.