Myth & Mogul – John DeLorean: Volver al pasado

Pasó a la posteridad por haber sido el creador de la máquina del tiempo en la que Marty McFly viajó al pasado en Back to the Future, pero excepto en Estados Unidos, Irlanda del Norte y en los círculos de las industrias automotrices de ambos países, el nombre de John Zachary DeLorean no dice mucho… hasta hoy

Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: JEREMY – CC BY 2.0

En el fraccionamiento residencial en el que viví mi adolescencia, una tarde de 1984 decidí tomar el que, me pareció, era un atajo: en lugar de caminar por el eterno y aburrido boulevard que conducía a mi casa, opté por dar un giro a la derecha y aventurarme por una calle pequeña que daba a un solar en el que se podía jugar fútbol. 

Pese a haber nacido con el gen del gusto masculino por los automóviles atrofiado, en una de las esquinas de ese sitio contemplé un prodigio: un auto cuya carrocería estaba hecha de acero inoxidable y en cuya parrilla tenía inscritas las iniciales DMC, apareció delante mío como si se tratase de un unicornio y del cual, de manera absurda y por un instante brevísimo, me enamoré. La metáfora, empero, es imprecisa por más poética que pueda parecer. Ese armatoste no podía proceder del pasado, sino del futuro. 

En ese momento no tuve la certeza, pero de algún modo ese automóvil sí procedía del futuro, al menos en la imaginación del productor cinematográfico Bob Gale, quien en la película Back to the Future que se estrenó en 1985, decidió que sería la máquina del tiempo en la que Marty McFly viajaría al pasado. Sí, aquel auto que estaba aparcado afuera de una casa de un barrio residencial de clase media, era un DeLorean.

El recuerdo de aquella visión emerge a partir del estreno de la miniserie Myth and Mogul: John DeLorean que se exhibe en la plataforma de Netflix

Tras haber dicho líneas arriba que nací con el gen de los autos atrofiado, no conocí del linaje del vehículo sino hasta que se estrenó la cinta de Robert Zemeckis, lo cual ocurrió algún tiempo después de haberlo visto. Y, seguramente, aunque no puedo recordarlo, en más de una ocasión relaté a quien quisiera oírlo que cerca de mi casa alguien poseía un DeLorean. Pero eso fue todo. 

Para entonces, la DeLorean Motor Company, la compañía que John Zachary DeLorean creó en Irlanda del Norte a expensas del gobierno del Reino Unido, ya había quebrado y él había sido acusado, arrestado y finalmente declarado inocente, de vender un cargamento pequeño de cocaína cuyas utilidades pretendía utilizar para salvar a su empresa. 

DeLorean, un ingeniero de formación, nació en DetroitMichigan, la Meca de la industria automotriz estadounidense. Fue un visionario y un genio en su profesión, y llegó a ocupar la vicepresidencia de General Motors a principios de la década de 1970. Pero también era ambicioso, ególatra y proclive a hacer trampas para avanzar en sus propósitos. 

Se marchó, o lo despidieron, de General Motors en 1973 con la idea de fundar su propia automotriz y crear un automóvil que no se pareciera a ningún otro. Eventualmente materializaría su deseo con la aparición de un prototipo deportivo de dos plazas, hecho en acero inoxidable y con puertas de ala de gaviota concebido por el mítico diseñador italiano Giorgetto Giugiaro.

La segunda mitad de los años 70 DeLorean la pasó buscando inversionistas e incautos que financiaran su proyecto, hasta que al fin el gobierno del Reino Unido decidió apoyar la creación de una planta en Irlanda del Norte que entonces enfrentaba el terrible conflicto entre católicos y protestantes, nacionalistas y unionistas, el IRA y la Corona Británica

Con los talantes del empresario que sabe que para llegar a la cima debe mentir, DeLorean consiguió hacerle creer al gobierno británico que tenía pedidos anticipados por 30,000 unidades y fue así como consiguió que financiaran su planta automotriz. Durante su corta existencia, la DeLorean Motor Company sólo fabricó 9,000 unidades del DeLorean, de las cuales algo menos de la mitad se habían vendido cuando la empresa cayó en bancarrota tras el arresto del magnate.

Uno de esos autos llegó a México en algún momento del principio de la década de 1980 y, sin pudor alguno, su dueño lo aparcaba a cielo abierto en el cruce de las calles Perdices y Garzas, en el barrio Las Alamedas, un fraccionamiento residencial ubicado al norte de la Ciudad de México.

He dicho ya que nací con el gen masculino del gusto por los autos atrofiado. Y excepto aquel encuentro con el auto al que me he referido, nada sabía de John Zachary DeLorean, un visionario que creó un unicornio, una máquina del tiempo, un prodigio. 

Un vehículo que, a un mismo tiempo, provenía del pasado y el futuro, y que gracias a la miniserie  Myth & Mogul: John DeLorean que se exhibe estos días en Netflix, hizo reflotar el recuerdo del día en que, de manera absurda y por un instante brevísimo, me enamoré de un auto.