Algo debería quedar claro desde el primer capítulo de Only Murders in the Building: se trata de una crítica descarnada a la banalidad con la que se conducen hoy en día los adoradores de ciertos subgéneros literarios o periodísticos –True Crime en este caso–, y el oportunismo de las masas que se imaginan creadoras y productoras de podcasts
Por ANDRÉS TAPIA
Hay ocasiones en las que la verdad puede tener dos versiones, pero ninguna de ellas es excluyente de la otra. Ello lo ejemplifica la comedia de humor negro Only Murders in the Building, que en Estados Unidos salió al aire originalmente en Hulu, en Latinoamérica puede verse a través de Star+ y en el resto de los países donde opera la plataforma está disponible en Disney+.
Tres habitantes del edificio Arconia, uno de esos célebres conjuntos habitacionales que campean en el Upper West Side de Manhattan, comparten una afición y fascinación por el género conocido como True Crime, aunque en un principio no lo saben. Pero a partir de que un asesinato tiene lugar en ese sitio, Mabel Mora (Selena Gomez), Charles-Haden Savage (Steve Martin) y Oliver Putnam (Martin Short), deciden crear un podcast, similar a muchos de los que escuchan, que detalle su propia investigación del crimen de Tim Kono (Julian Cihi), otro habitante del edificio.
Esa es la premisa de la serie creada por el propio Steve Martin y John Hoffman, la cual ha conseguido fascinar por el carisma de sus protagonistas, su diseño de arte, producción, banda sonora y trama, tanto a espectadores como a la crítica, al punto que ya han comenzado a llamarla “una de las mejores series del año”, cuando no llana e impúdicamente “la mejor”.
Bueno, sí, tiene un poco de todo de eso, quizá mucho más (un cameo de Sting incluido). Lo que no se ajusta a su indiscutible impacto es la falta de sentido común de la mayoría de las audiencias que han sido incapaces de entender la esencia sarcástica de la serie y/o la “burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata al alguien o algo” (RAE dixit).
Y es que sí algo debería quedar claro desde el primer capítulo de Only Murders in the Building, es que se trata de una crítica descarnada a la banalidad con la que se conducen hoy en día los adoradores de ciertos subgéneros literarios o periodísticos –True Crime en este caso–, y el oportunismo de los creadores y productores de podcasts (una descripción más a la medida de su falta de talento los define como “creadores de contenidos”) que desde hace algún tiempo están buscando un nicho para destacar y obtener una manutención vía YouTube o Spotify, sean o no sean expertos en el ámbito elegido.
Las burlas sangrientas y las ironías mordaces y crueles hacia los acólitos y emprendedores que suponen que la Era de Internet representa la época más elevada de la historia en cuanto a la aplicación de la democracia, están presentes desde el episodio número uno de la serie y aumentan gradualmente hasta llegar al diez. Duda no queda que seguirán por ese camino en la segunda temporada que ya ha sido anunciada y confirmada.
Es así porque pese a tratarse de una comedia de humor negro, hay momentos en los que Only Murders in the Building pasa por ser un elaborado thriller cuyos personajes son todos sospechosos del crimen cuya esencia dará origen a la trama: todos tienen un motivo para haberlo perpetrado y todos, llegado el momento, son descartados como autores de este. Todos, excepto uno, el verdadero culpable, que los guionistas de la serie –al más puro y magistral estilo de Edgar Allan Poe, Agatha Christie y Sir Arthur Conan Doyle– ocultarán entre algodones y bastidores para luego revelar su identidad a la audiencia que, hasta ese momento y pese a sus denodados mas inútiles esfuerzos, ha sido incapaz de identificar.
Y, cuando eso ocurre, el sarcasmo se sublima y nuevamente tienen lugar las burlas sangrientas y las ironías mordaces y crueles, porque en el fondo esa es la esencia de Only Murders in the Building: mofarse de aquello que exhibe precisamente por hallarlo patético. Lo anterior, empero, no demerita su extraordinaria producción, las actuaciones de sus protagonistas (¡Selena Gomez se merece un Emmy desde ya!) y el notable guion farsesco sobre el cual está estructurada.
Tengo claro que esta serie de humor negro, que en rigor debe ser catalogada como una comedia de misterio, estará entre las diez mejores de 2021 y que va a ser nominada a muchos premios y va a conseguir algunos cuantos, quizá más. Y también que muchos de aquellos que la aplauden lo hacen por las razones equivocadas. Es así porque al igual que Sheldon Cooper, uno de los protagonistas de la maravillosa The Big Bang Theory, son incapaces de comprender el sarcasmo, es decir, ese concepto e instante en que alguien se está burlando de ellos de forma sanguinaria y cruel y son incapaces de notarlo.
Adorar un género, una idea, una de esas tantas cosas que hoy en día explotan sin escrúpulos Twitter, Instagram, TikTok y demás redes sociales no está mal. Como tampoco lo está el emprender una aventura con la finalidad de convertirse en el nuevo Larry King de las redes sociales, con motivaciones económicas o sin ellas (me pregunto si los millennials tienen una idea de quién es Larry King). Lo que es terrible, e incomprensible, es no darse cuenta de que se están burlando de uno en la propia cara y narices.
Creadores de contenidos, podcasters, amantes de los cocodrilos que bailan rock ‘n’ roll, aspirantes a conspiradores de las teorías de la conspiración e idólatras conspicuos de los extraterrestres, por mencionar sólo unos cuantos nichos y casos (Spoiler Alert): En Only Murders in the Building se están burlando de ustedes.
Y muy feo.